Inteligencia emocional

Herbario

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La semana pasada os propusimos la realización de un herbario como broche de oro para una excursión otoñal. Dijimos, a propósito del herbario, que debíamos hablar del proceso de desecado de las hojas que incluiríamos en el mismo y a eso nos dedicaremos hoy.

Existen muchos métodos para realizarlo. Los más sofisticados incluyen la utilización de substancias químicas como la glicerina o el gel de sílice, cuya manipulación los hace recomendables para niños de edades superiores a los nueve años. Sea cual sea el método escogido, será un proceso con varios días de duración, por lo cual, allende la utilidad del ejercicio para la concreción de un objetivo claro (la elaboración del herbario), constituye un interesante ejercicio para fomentar la constancia en el trabajo, así como la paciencia para la obtención de un resultado.

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El primer método consiste en que el agua que contienen las hojas sea reemplazada por glicerina. Ésta podemos conseguirla tanto en farmacias como en tiendas dedicadas a las manualidades. Debemos sumergir completamente las hojas y ramas en la glicerina diluida en agua (ambas substancias en partes iguales) y dejarlas en remojo durante varios días. Es preciso tener en cuenta que esto alterará el color del follaje, que quedará ligeramente oscurecido, así como con un acabado satinado muy decorativo pero ligeramente apartado del aspecto natural de la hoja.

Otra opción, como ya hemos anticipado, es recurrir al gel de sílice, el cual podremos adquirir en una droguería (recomendamos el gel incoloro o anaranjado, ya que el azul posee en su composición una substancia con posibles efectos adversos para la salud). La gran ventaja de este material es que nos permitirá desecar no sólo hojas, sino cualquier tipo de flor por delicada que esta fuera. Debemos buscar un recipiente con tapa (un tupper o tartera sería ideal) sobre el cual esparciremos un lecho con los cristales de sílice. Sobre el lecho en cuestión pondremos las hojas (o flores, o lo que queramos desecar) a las que cubriremos a su vez con más cristales, después de lo cual taparemos el recipiente para dejarlo a temperatura ambiente en un lugar seco. A los dos días debemos echar un vistazo para ver cómo marcha la operación: si los cristales presentan una tonalidad rosada y las hojas o flores han adquirido una textura similar al papel, podemos dar la tarea por finalizada. Si aún no es así, nuestras hojas habrán de descansar en el gel de sílice durante algunos días más. El proceso suele tardar una media de cuatro a cinco días, pero bajo ningún concepto debe exceder de los siete, ya que las hojas se quemarían. Una vez extraídas del lecho, es preciso remover de su superficie cualquier rastro de gel que haya podido permanecer adherido, algo para lo que es recomendable utilizar una brocha de cerdas suaves.

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Por último, el método más simple pero no por ello menos eficaz es el de prensar las hojas. Hemos de ponerlas entre papeles de periódico para que no pierdan su brillo ni su color y luego añadir peso, de libros por ejemplo. En este caso el tiempo de secado oscilará entre los veinte y los veinticinco días.

Os deseamos que disfrutéis de un ejercicio tan simple como apasionante junto vuestros niños.

Jugando a ser botánicos

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El otoño ya se ha hecho presente cambiando los colores de los árboles, trayendo temperaturas más frías y brindándonos la oportunidad de realizar otra de las actividades que podemos hacer junto a nuestros hijos para potenciar sus capacidades y consolidar algunos conceptos fundamentales (por no mencionar el disfrute que para nosotros mismos reporta ese tiempo que pasamos junto a ellos jugando y aprendiendo).

Los niños han de estar familiarizados con las diversas mediciones del tiempo y una de las más elementales es la partición del año en estaciones. El otoño resulta especialmente importante en el calendario, ya que coincide con hechos significativos en la vida de los más pequeños –  como la vuelta al colegio – pero hay más asociaciones posibles que hacer respecto al cambio de estación y, probablemente, la más evidente es la que mencionamos al inicio: el cambio cromático que se produce en los árboles de follaje caducifolio. Podemos, por tanto, llevar a cabo un ejercicio que servirá a los más pequeños para aprender algo más sobre el otoño; para los más grandes, se incluirán nociones conceptuales nuevas, como la diferencia entre follaje perenne y caduco, clasificaciones botánicas y todo lo que se nos pueda ocurrir sobre la marcha.

Nuestra propuesta de hoy también empieza como un paseo, esta vez a un parque, al bosque o a cualquier lugar donde tengamos una presencia considerable de especies arbóreas con follaje caduco; si además contamos también con árboles de follaje perenne tanto mejor. Esto será lo primero que haremos observar a los niños: cómo hay especies, como las coníferas o los eucaliptos, que presentan en sus copas el mismo color verde de la primavera y el verano, mientras que, por ejemplo, en los tilos y los robles es posible apreciar un cambio de tonalidad del verde a los amarillos y ocres.

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Tras esta primera distinción entre tipos de follaje y su comportamiento frente al cambio de estación podemos ir un poco más allá. Inmediatamente propondremos a los niños que recolecten hojas caídas de las diferentes especies, así como sus frutos o cualquier otra cosa que nos pueda dar una pista para su posterior identificación y clasificación. Así, por ejemplo, podrán identificar al castaño o al nogal tanto por su follaje como por los frutos característicos que dan nombre a la especie.

Nuestros pequeños biólogos llevarán todo ese material a casa. Una vez allí, con nuestra ayuda y la de algún volumen de botánica del cual podamos echar mano, procederán a la clasificación y nomenclatura de cada una de esas hojas que han recolectado. Recomendamos para terminar de darle consistencia al ejercicio que toda esa información se vuelque en la confección de un herbario. Esto supondrá la realización de más actividades complementarias, como el correcto desecado de las hojas que incluiremos en él, ejercicio al cual en breve dedicaremos una entrada entera en nuestro blog. Volviendo al herbario, en el mismo no sólo incluiremos las muestras recolectadas sino toda la información que podamos extraer de las obras consultadas. Entre otros datos, apuntaremos su nombre científico en latín, el lugar original de procedencia de la especie, el tipo de suelo que requiere, etc.

Sin duda disfrutaremos muchísimo de todo este proceso, ofreciendo a nuestros hijos la posibilidad de un esparcimiento de gran provecho pedagógico. Son este tipo de cosas las que siempre recordaremos y las que ellos nos agradecerán al crecer.

¡Mucha suerte y hasta pronto!

Despertando la curiosidad: ¡Hoy seremos biólogos!

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Todos hemos llevado a nuestros hijos al zoológico o a un safari a pasar un domingo. Muchas veces nos limitamos a explotar este tipo de actividades como un mero pasatiempo al aire libre – cosa que no está mal en absoluto – pero debemos saber que podríamos sacar muchísimo más provecho de estos paseos estimulando la curiosidad y la inteligencia de nuestros hijos.

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Es mucho lo que podemos compartir con nuestros peques a propósito de esos animales exóticos que tendremos el privilegio de apreciar en recintos próximos a nuestros propios hogares.

Para empezar podemos plantear la excursión como una aventura de exploradores y como tales hemos de documentarnos previamente y para ello, aunque desde luego sea muy práctica, hay mundo más allá de la Wikipedia.

Defensores, como somos,  de inculcar a los niños el amor por los clásicos, os proponemos desempolvar o intentar conseguir, si no tenemos la suerte de contar con ella en nuestros hogares, aquélla maravillosa (y mítica para varias generaciones) enciclopedia de la fauna firmada por el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente o cualquier otra de la que podamos disponer.

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Podemos hojear, junto a nuestros hijos, sus volúmenes aleatoriamente. Una buena idea para sacar el máximo provecho pedagógico es delimitar un poco la observación: centrarnos en una especie determinada, un familia (bóvidos, cérvidos, camélidos), una región, un bioma (sabana, tundra, bosque caducifolio), etc.

Una vez en el zoológico, ya metidos en el papel de naturalistas bien documentados, intentaremos buscar los animales y contrastar lo aprendido en los libros con la especie que tenemos frente a nosotros.

Podremos ejercitar las capacidades de comprensión de los niños preguntándoles qué recuerdan de ese animal, qué saben de su comportamiento, sus hábitos alimenticios, su ecosistema, etc.

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Si hemos enfocado la lectura por las familias podemos pedirle que nos diga qué animales pertenecen por ejemplo a la familia de los bóvidos (gacelas, antílopes, búfalos) o las diferencias anatómicas entre un elefante asiático y uno africano (por ejemplo, el primero tiene las orejas más pequeñas que el segundo).

Otra posibilidad es surtir a nuestros hijos de lápiz y papel para jugar a ser investigadores documentando especies nunca antes vistas.

Podemos contarles cómo alguna vez, todos esos animales que ahora nos resultan tan fácilmente reconocibles, fueron desconocidos por casi todo el mundo y cómo fue preciso que los primeros exploradores de tierras lejanas trajeran muestras de sus pieles, de su plumaje y por supuesto, dibujos realizados del natural para darlos a conocer a la comunidad científica. Podemos, una vez más, centrarnos en una especie concreta o bien proponerles un ejercicio más amplio, como por ejemplo fijarse en distintos tipos de alas, tipos de patas, de cornamentas, de plumajes, etc.

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Como siempre, depende de nosotros que un sencillo paseo se transforme en una aventura creativa y estimulante. No es lo mismo arrastrar a nuestros hijos a un pasatiempo que altere ligeramente la rutina que darle al mismo una dimensión mucho más profunda y significativa y desde luego mucho más enriquecedora.

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